miércoles, diciembre 23, 2009

"Sabor a Mí", la vigencia de un monólogo. Adelaida Corredor-Torres

A continuación entregamos algunas reflexiones que corresponden a la base del proceso de creación:

EL TEATRO Y SU EVIDENCIA, LA RE-SIGNIFICACIÓN DE LOS HECHOS Y LA TOMA DE CONCIENCIA.
Clitemnestra, la gran asesina, la parricida, la magnicida griega. Estos apelativos hacen gala de la estructura patriarcal y androcentrista que envolvió las tramas de la tragedia griega durante el llamado periodo clásico y que, aun hoy, persisten como eslabones de nuestro imaginario actual con un pasado remoto. Esquilo en ‘La Orestiada’ u ‘Orestea’ (‘La Trilogía de Orestes’) cuyo tema central es, al parecer, el paso de la justicia de hecho a la justicia de derecho en la sociedad griega, propone tres argumentos en torno al deber ser de las mujeres en el seno familiar del reino de Tebas.
Así, en el primer drama de la trilogía titulado
‘Agamenón’, Clitemnestra la reina y esposa, da muerte a su marido una vez éste ha regresado triunfante de la invasión a Troya, diez años después acompañado de Casandra una esclava de guerra, ahora concubina del rey guerrero y posible heredera del trono. En el segundo drama titulado ‘Las Coéforas’, Electra la hija huérfana, condena la actitud asesina de su madre, eleva súplicas a los dioses y a su padre muerto en busca de venganza mientras clama por la aparición de su hermano menor para que ultime a la madre agresora; situación que cobra vida con la aparición de Orestes y el asesinato de la madre. Al parecer, los dioses y su difunto padre escucharon a Electra y respondieron positivamente a sus súplicas. En el tercer drama de la trilogía titulado ‘Las Euménides’, Orestes es perseguido por las Erinias, deidades vengadoras de los crímenes familiares quienes, después de un alegato casi-jurídico entre los dioses Apolo y Atena, deciden absolverlo por cuanto mató a una madre en venganza por la muerte de un padre; en tanto que, Clitemnestra mató a un padre en venganza por la viudez provocada durante la invasión a Esparta, la degradación de su condición de princesa, el sometimiento en condición de esclava a un matrimonio forzoso, la muerte de sus dos hijos (el primogénito de su difunto marido, y la primogénita de Agamenón), el abandono y la infidelidad; razones que parecen pesar poco o nada ante las deidades griegas, haciendo que las Erinias Vengadoras se tornen en 'Las Euménides' (las bondadosas) para perdonar al matricida. En resumidas cuentas, se perdona el matricidio, pero no el parricidio.
Pero no fue precisamente Esquilo quien dio cuenta del drama de Clitemnestra la mujer agraviada, sino Eurípides aproximadamente 50 años más tarde, cuando escribió el drama de Ifigenia (hija de Clitemnestra y Agamenón) durante la partida de los tebanos a Troya. Eurípides como autor, concede a Clitemnestra la exposición clara y contundente de sus inquietudes, dolores y móviles de una posible represalia dirigida a Agamenón, tan pronto es enterada de que este rey guerrero ha condenado a su propia hija a muerte, donándola como víctima para el sacrificio que le permita partir con el viento a favor para invadir un territorio ajeno.

Tanto
‘La Orestea’ de Esquilo escrita aproximadamente en 458 a.C. al igual que ‘Ifigenia en Aúlide’ de Eurípides escrita aproximadamente en 409 a.C., parecen tener vigencia 2.467 años después. El reino de Tebas parece estar presente en muchos hogares colombianos y a la ‘reina del hogar’ parece repetírsele como un gestus atávico la tarea de confundir la resignación con la resiliencia ‘soportando’, ‘callando’ y ‘obedeciendo’ a la única voz autorizada: la del ‘rey de la casa’.“La violencia contra las mujeres tiene hondas raíces sociales y culturales y se basa en la creencia ancestral de que la mujer es propiedad del hombre, quien puede tratarla como juzgue adecuado. Está vinculada al desequilibrio en las relaciones de poder entre hombres y mujeres en los ámbitos social, económico, religioso y político, pese a los indudables avances en las legislaciones nacionales e internacionales a favor de la igualdad de derechos.”[2]Para el común de la población, algunas situaciones de violencia cotidiana al interior de la familia suelen tener justificación desde innumerables argumentos tejidos con la historia y afirmados con la repetición. La mujer nace para acompañar al hombre, dar a luz y criar los hijos; el hombre nace para proveer y gobernar. La mujer no es sujeto sino complemento que, aun como complemento, es la responsable directa de la educación de los hijos y la transmisión de prácticas androcentristas que perpetúan su rol.
La percepción de que el entorno familiar, más próximo a lo privado, es inalienable y que el derecho de los padres es incuestionable en materia de castigos y reprimendas (que en el imaginario colectivo se asumen como métodos de educación para esposas e hijos), hace que los comportamientos violentos, maltratos físicos, verbales y psicológicos pasen desapercibidos y se conviertan en una cadena de agresión que no se detiene, configurando circunstancias agravantes con repercusiones nocivas en el entorno social, más próximo a lo público.
“La violencia intrafamiliar en Colombia, cuya víctima mayoritaria es la población femenina, sólo se denuncia en “poco más del cinco por ciento de los casos ocurridos”, advirtió este fin de semana una red latinoamericana defensora de los derechos de la mujer (CLADEM), informó la prensa local”[3].

"Por extraño que pueda parecer, el hogar - lugar, en principio, de cariño, de compañía mutua y de satisfacción de las necesidades básicas para el ser humano - puede ser un sitio de riesgo para las conductas violentas. La familia, después del ejército en tiempo de guerra, es el mayor agente de violencia. Las situaciones de cautiverio -y la familia es una institución cerrada - constituyen un caldo de cultivo apropiado para las agresiones repetidas y prolongadas.”[1]
Dos razones que, a nuestro parecer, permiten que los fenómenos de violencia al interior de la familia pasen a ser ‘invisibles’, ‘imperceptibles’ o ‘justificables’: la primera es que resulta difícil deslindar dónde empieza lo público y termina lo privado en el entorno familiar, debido a que la historia refuerza en nuestra idiosincrasia la práctica de la ‘no intervención’. De otro lado, aunque la legislación colombiana hace expresa la categoría de delito para la violencia doméstica, denominada desde la Fiscalía General de la Nación, como violencia intrafamiliar, justamente esta última denominación entrega el problema al seno familiar y lo restringe al ámbito de lo privado, haciendo que la víctima de violencia doméstica ni siquiera se perciba como tal y no tome decisiones que aporten a un cambio de conducta.
Una segunda razón es que las víctimas – cuando se han reconocido como tales- prefieren no denunciar a sus agresores. Por razones legislativas para elevar una denuncia por maltrato y exigir demanda de justicia, se hace indispensable entregar las pruebas físicas necesarias para inculpar al sindicado, situación que complica aún más la situación para la víctima; a esto se suma que las penas contempladas para este delito son cortas, la permanencia del agresor en las penitenciarías no sobrepasa los 24 meses, salvo en casos excepcionales, situación que genera zozobra en la denunciante frente a una ‘pronta libertad del agresor’.
Sobrediagnosticado es, que los padres maltratadores fueron (generalmente) hijos maltratados, de suerte que el círculo vicioso que se genera a partir de experiencias negativas y violentas que se entendieron en su momento como “positivas, educativas y edificantes” se reproducirán en los entornos inmediatos: nuevos núcleos familiares y nuevos grupos sociales. Esta visión complementa y refuerza que, aun cuando la violencia sea ‘doméstica’ o ‘intrafamiliar’ está declarada como un asunto prioritario de salud pública:“La gran magnitud de la violencia contra las mujeres llevó a que la Organización Mundial de la Salud la declarara como un problema prioritario en salud pública”[4].
Ya expuesto el problema de esta manera, como aporte a la búsqueda de soluciones se apela al arte como mecanismo de visibilización de condiciones y situaciones subrayadamente violentas y paradójicamente invisibles. Se apela al teatro como mediador social que aportará en la evidencia y la toma de conciencia.“Uno de los recuerdos marcados de mi infancia, era ver a Don Carlos persiguiendo a su hija mientras ella corría, empelota y mojada, huyendo de la manguera con la que iba a ser azotada por haber roto un plato, por haber desobedecido a la mamá, o por cualquier otra razón. Lo más impresionante era ver cómo la mamá (que a esa hora ya tenía un ojo con moretón producto de un puñetazo de su marido) ayudaba a perseguir a su propia hija gritando “yo se lo dije, niñita, yo se lo dije”. Era una situación no solamente alarmante sino denigrante y humillante ¿qué hace una niñita de seis años, completamente desnuda y mojada corriendo a la vista de todos los vecinos, huyendo de dos adultos que la quieren azotar y que, además, alegan el derecho a hacerlo por ser sus progenitores? Mientras tanto los vecinos para acallar la culpabilidad del silencio, decían casi en coro con una voz opaca y poco convencida ‘ah, es que esa niñita es terrible’ “[5].
Situaciones reales como la que se acaba de describir, sustentaron la creación del texto teatral ‘Sabor a Mí’, monólogo de corte trágico-fársico que representa el drama de una Clitemnestra actual, reina del hogar que, arrebatada por el miedo de perder a su tercera hija a manos del padre, comete asesinato en defensa de la dignidad e integridad de la menor. Con miras a la venganza anunciada por parte de su propio hijo, decide dejar constancia audiovisual de los móviles y las razones que la llevaron a cometer un acto tan brutal. A través de su narración se ponen en evidencia situaciones de violencia doméstica cotidiana que se acercan directamente a la realidad inmediata, haciendo perceptible aquello que sabemos que sucede, pero de lo cual no se habla: situaciones de incesto y estupro, maltrato verbal y psicológico, situaciones de confinamiento, embarazos de adolescentes, etc."La existencia de este tipo de violencia es indicativa de nuestro retraso cultural en el área de valores tan relevantes como la empatía, la tolerancia, la consideración y el respeto por las demás personas, con independencia de su sexo. A su vez, los estereotipos sociales acerca del papel de la mujer y de las relaciones de pareja desempeñan un papel determinante en el mantenimiento de este tipo de violencia (Lorente, 2001).”[6]

[1]
http://www.aepc.es/ijchp/articulos_pdf/ijchp-38.pdf: AMOR et al. Repercusiones de la violencia doméstica. RIPCS/IJCHP, Vol. 2, Nº 2
[2]
ibidem
[3]
http://www.mujereshoy.com/secciones/1696.shtml
[4]
f. Saltijeral, María Teresa; Ramos, Luciana; Caballero, Miguel Angel. Las mujeres que han sido víctimas de maltrato conyugal: tipos de violencia experimentada y algunos efectos en la salud mental
[5]
Testimonio de la autora de “Sabor a Mí”
[6] http://www.aepc.es/ijchp/articulos_pdf/ijchp-38.pdf: AMOR et al. Repercusiones de la violencia doméstica. RIPCS/IJCHP, Vol. 2, Nº 2La Isla Desconocida Teatro

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